Encuentro desde el
misterio
La historia, en su dimensión narrativa, infunde vitalidad a aquello que, sin ella, permanecería en la penumbra del olvido. A través de la narración, el tiempo pasado deja de ser un intervalo vacío: encuentra su lugar en un discurso vivo, desplegando así el trabajo reflexivo inherente a toda transmisión.
Sin embargo, cuando la reflexión se vuelve pusilánime (del latín pusillus: pequeño, y anima: alma), se confina y se atrinchera en dogmas y certezas inamovibles. En cambio, cuando se atreve a ser palabra viva, no solo ilumina las preguntas de la historia, sino que genera nuevas, abriendo un espacio fértil para la indagación. Es en este acto de apertura donde se origina la verdadera transformación.
¿Qué es ese misterio?
Es aquello que me interpela desde lo desconocido, lo inabarcable, lo que desafía mi comprensión. Es la fuente de la fascinación y el asombro, pero también de la inquietud y el temor.
Por eso, me invito a colocar en el centro de toda reflexión ese límite que se interpone invariablemente en mi camino y que me interpela y transforma.